jueves, 4 de julio de 2013

Barras bravas: ¿por qué nos matamos por una camiseta?


Cada día asesinan a un hincha del fútbol en Colombia. Esta semana murieron dos, tras ser apuñalados.

En un ataúd pintado y adornado con los colores de la bandera y el escudo de su equipo, el cuerpo sin vida de Óscar Sandino, de 28 años, fue llevado el martes al estadio El Campín para despedirlo de su pasión más grande: Millonarios, el combinado al que acompañó durante más de 15 años en la barra Subazul y desde donde trabajó por mejorarles la imagen a las llamadas barras bravas. Ese mediodía, unos 300 hinchas rodearon el féretro y gritaron, con cuatro tambores como telón de fondo, “Óscar, querido, tu recuerdo siempre estará vivo”.
Cuatro días antes, Sandino había viajado a Cali a ver jugar a su equipo, con tres amigos más, pero no alcanzó a llegar al Pascual Guerrero. Fue apuñalado por hinchas del Cali de camino al estadio. Según la Policía, cuando el taxi en el que viajaba se detuvo para dejar a sus ocupantes, unos aficionados con camisetas del equipo azucarero que iban a pie lo vieron y le lanzaron una puñalada directo al corazón. Ni siquiera alcanzó a bajarse del taxi.
Y mientras en El Campín lo despedían, otro joven hincha fallecía: Sebastián Jiménez, de 16 años e hincha del Chicó, quien llevaba nueve días en cuidados intensivos después de que seguidores del Patriotas Fútbol Club le propinaron dos puñaladas: una en el cuello y otra en la cabeza.
En mayo mataron a tiros, en Itagüí, a un seguidor del Once Caldas que iba en una chiva. Y en abril, Daniel Sánchez y otros tres amigos tuvieron la mala fortuna de encontrarse en un parador de carretera, en Chinchiná, con un grupo de barras bravas del Atlético Nacional. Tras un cruce de insultos, la pelea estalló y Daniel murió por una puñalada en la espalda. Sus asesinos se llevaron su camiseta del Once Caldas ensangrentada como trofeo.
El balance es dramático. En lo que va corrido del año han sido asesinados ocho barristas. Es decir, cada 22 días matan a uno en Colombia, ya sea en una riña o en un hecho de violencia donde la protagonista es una camiseta de un equipo de fútbol.
Solo contando los disturbios reconocidos por la Policía desde el 2011, ha habido 72 enfrentamientos graves de barras bravas, que han dejado más de cien heridos –la mayoría, menores de edad–. En el mismo periodo se ha intentado ingresar a los estadios 28.000 armas blancas y tres de fuego.
La mayoría de los hechos no tienen lugar en los estadios. Se presentan en los alrededores de estos escenarios deportivos, en los barrios donde se reúne la hinchada o en las carreteras. Por eso, la Federación Colombiana de Fútbol no los cuenta como episodios de violencia relacionados con este deporte; solo reconoce la muerte de un hincha en los últimos 20 años.
Un grave problema social
“Que me muestren las pruebas y los fallos judiciales en los que se certifica que estos muchachos han muerto por culpa del fútbol, y les creo”, dice Gustavo Morelli, jefe de seguridad de la Federación. Para él, las muertes que ocurren fuera de los estadios “son un problema de orden público que, en la mayoría de casos, nada tienen que ver con el deporte”.
“Se acepte esto como violencia del fútbol o no, es evidente que tenemos una grave problemática social con las barras del país”, dice Alirio Amaya, funcionario de Coldeportes y miembro de Goles en Paz, un programa de la Alcaldía de Bogotá para generar mejores niveles de convivencia entre las barras. Según él, hay unos 50.000 miembros reconocidos de 25 barras de Colombia, que se han multiplicado exponencialmente en los últimos diez años; eso, sin contar con los ‘parches’ que se suman dentro y fuera de los estadios y que a veces no pertenecen a ninguna barra.
Una investigación realizada por él y otros autores sobre los Comandos Azules, de Millonarios, entre el 2005 y 2009, determinó que “el 90 por ciento de los barristas eran menores de edad, de entre 14 y 17 años, y que el 98 por ciento no había terminado el bachillerato”.
Alexánder Castro, joven sociólogo de la Universidad Nacional, quien se metió en una barra brava durante cinco años, dice que muchos son jóvenes solitarios que encuentran allí pertenencia y compañía. “La barra es su vida, y por ella matan. Ni siquiera lo es el equipo. Uno les pregunta sobre la nómina, y muchos la desconocen. La barra es su familia, su casa, su sangre”.
En medio de la efervescencia por el equipo, de los cánticos, de las banderas y los rituales, estos jóvenes encuentran “algo que la sociedad no ha podido darles: una identidad, un lugar”, explica Luis Fernando Orduz, presidente de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis.
Son jóvenes, agrega el respetado comentarista deportivo Hernán Peláez, “con pocas esperanzas de solucionar su vida laboral y social, que encuentran en el fútbol la disculpa para expresar su inconformidad a través de la irreverencia y el desacato a la autoridad y de las leyes sociales”.
El problema, dice John Vásquez, líder de la barra Holocausto, del Once Caldas, es que en las filas de la barra no solo hay drogadicción y delincuencia, sino pandillismo. “En Manizales hay ocho pandillas identificadas, y tienen pequeños grupos dentro de las barras; así que a menudo trasladan sus problemas al fútbol y a la camiseta”, dice Vásquez.
La Policía se queja de que debe usar entre 5.000 y 8.000 efectivos por cada fin de semana de fútbol en el país, lo que representa en ciudades como Pereira que el 31 por ciento de sus hombres deban estar en el estadio y sus inmediaciones.
Según el general Rodolfo Palomino, director de la Policía Ciudadana, cada barra tiene un enlace en la Policía, que conoce los números de teléfono de los líderes y les presta acompañamiento en traslados y actividades. “Las causas nacen más allá del estadio –en el barrio, en la casa–, y por eso hay que abordarlas desde todos los ángulos. Necesitamos el apoyo del ICBF, de las familias, de los clubes, de los directivos y del negocio del fútbol”, afirma el general.
El Gobierno expidió una ley (la 1270 del 2009) y publicó un protocolo de seguridad y convivencia, hace tres años, en el que se le dice a cada quien lo que debe hacer antes, durante y después de los partidos. Además puso en marcha, el mes pasado, el Plan Decenal del Fútbol, “que busca, con talleres y actividades, trabajar de manera directa con las barras durante diez años”, afirma el viceministro de Relaciones Políticas del Ministerio del Interior, Carlos Eduardo Gechem.
Pero el problema está aún lejos de resolverse. Adriana Castillo, de la Fundación Juan Manuel Bermúdez Nieto, que lleva este nombre por una víctima de la violencia asociada al fútbol, pregunta: “¿Dónde está la responsabilidad social de los dueños del millonario negocio del fútbol? ¿Qué es lo que están poniendo para solucionar este problema?”.
Partidos de día y escalonados
La Alcaldía de Medellín también ha prendido las alertas. “Le hemos enviado oficios (a la Federación) para que programe los partidos de día –porque la ciudad es más fácil de controlar– y de forma escalonada, para que no se crucen los hinchas en las carreteras. Sin embargo, no hacen nada porque está de por medio el negocio de la transmisión por televisión en horario triple A”, argumenta un funcionario de la Secretaría de Gobierno de Medellín, que prefiere omitir su nombre. El Concejo de esta ciudad debatió esta semana medidas de control para frenar la violencia asociada al fútbol, que contemplan carnetización y sistemas digitales de identificación.
La violencia en las barras no debe verse como un hecho aislado. “Nos habla de violencia intrafamiliar, de matoneo, de una gran dificultad para amar y reconocer al otro como ser humano”, señala Alfonso Rodríguez, director del área psicosocial de la facultad de Medicina de la Universidad del Bosque.
A lo que el comentarista deportivo César Augusto Londoño agrega: “En Colombia nos matamos por una camiseta, por un celular, por 20.000 pesos. Aquí no se respeta la vida, y la justicia es débil. En el fútbol hay barras buenas y también malas, que son nido de delincuencia y droga. Estas son las que hay que combatir, denunciar y vetarles el ingreso a los estadios”.
¿Cómo salir adelante? Primero, dicen los consultados, que las autoridades cumplan a rajatabla con los protocolos de seguridad. Segundo, que se saque adelante y se implemente el Plan Decenal del Fútbol, que tiene como uno de sus principales fines trabajar socialmente con los muchachos. Tercero, no programar todos los partidos el mismo día y jugarlos siempre a la luz día. Cuarto, carnetizar a las barras y censarlas.
Y, como dice Antanas Mockus, trabajar con las barras los mismos valores que se les promueven a los jugadores de fútbol: “Van a la cancha a ganar, pero entrenan para ello y juegan dentro de unas reglas. En la barra, lo que los mueve no es el logro individual ni el trabajo ni la determinación, sino el pensamiento uniforme, donde el otro siempre es un enemigo”.

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